Respira…
Lo primero que hacemos al venir al mundo es respirar y no dejamos de hacerlo hasta el último día de nuestra existencia. Ocurre de forma automática, sin que seamos realmente conscientes de ello, y constituye nuestro principal alimento, ya que sólo podemos resistir sin oxígeno unos pocos minutos.
La respiración, a pesar de su aparente simplicidad, no la tiene en absoluto.
Reacciona ante todo lo que sucede en nuestras vidas: ya estemos contentos, relajados o en plena actividad, la respiración se adapta a nuestro ritmo, haciéndose más lenta o más agitada en función de éste.
Para obtener los beneficios del yoga es fundamental respirar correctamente. De hecho, la práctica de las asanas conlleva ser consciente de la propia respiración y, de esta forma, determinar su ritmo e intensidad (lenta o rápida; profunda o superficial), lo que se refleja en nuestro estado físico, emocional y mental.
Y de la misma forma, nuestro estado anímico y físico marca cómo respiramos. Según la tradición china, todo en el universo está controlado por dos fuerzas opuestas y a la vez complementarias: yin y yang, de cuyo equilibrio depende el buen funcionamiento de todo en el universo. En el hombre, estas energías discurren por diferentes canales internos, y deben permanecer equilibradas para su bienestar físico y anímico.
Sin embargo, pueden aparecer bloqueos energéticos a causa de tensiones, y de esta manera impedirse una circulación fluida de la energía. Si respiramos correctamente durante la realización de las asanas, podemos eliminar estos bloqueos.
Esta energía vital que se haya en el interior de nuestro cuerpo puede obtenerse del aire que respiramos. Mientras que la respiración normal nos permite absorber una pequeña cantidad de ella, la que se realiza durante las asanas llena nuestras reservas.
Esta energía, llamada kí en japonés y chi en chino, recibe en sánscrito el nombre de «prana» y los ejercicios yóguicos de respiración, «pranayamas».